En su reciente columna para El Tiempo, el profesor Alejandro Gaviria realiza un detenido análisis sobre la moralidad y la ética de la pandemia, en la que propone una “apertura prudente”, haciendo referencia a que una cuarentena prolongada “pueden hacer más daño que bien”. Gaviria, además, recalca en la necesidad del análisis científico de la pandemia, por encima de consideraciones religiosas. Estoy de acuerdo con el rector de la Universidad Los Andes, y considero que evoca de manera precisa el proceso de evolución de las especies y el laberinto casi imposible de repetir que llevó a la existencia de la inteligencia humana, la misma que avanza en entender y neutralizar el virus.
Darwin propuso el mecanismo de selección natural para explicar la prevalencia de los más aptos en cada especie, no de los más fuertes, como se supone equivocadamente. Prueba de ello es que en la extinción masiva de hace 65 millones de años no sobrevivieron los dinosaurios, sino las especies que lograron adaptarse al cambio de clima. También, todas las especies antecesoras de los humanos modernos han desaparecido. Pero, la adaptación humana incluye, de manera primordial, la selección de grupo mediante la interacción social más que la individual, en la que se destacan valores ineludibles para la existencia de la especie humana como la cooperación, compasión y solidaridad.
La interpretación errónea de la selección natural ha sido usada en economía por la escuela austríaca de Von Mises y Von Hayek, llevada al extremo del fanatismo por una secta basada en el “manifiesto libertario” de Rothbard en 1973. Según su visión del mundo, es el ‘anarcocapitalismo’ y la aniquilación total del Estado lo que debe imponerse.
Justamente, la parte que faltó por desarrollar en la opinión de Alejandro Gaviria, está relacionada con la importancia del Estado en permitir la apertura prudente que él propone. La crisis económica causada por la actual emergencia sanitaria, combina dos elementos sin antecedentes: primero, la caída en el crecimiento ya venía ocurriendo, provocada por el proceso conocido de exceso de ahorro sobre la inversión, superproducción y caída de la capacidad de consumo. Segundo, se sumó -con la covid-19- la parálisis casi total de la producción, pero no por falta de capacidad instalada.
No existe tal disyuntiva entre salud y economía, sino que por el contrario son fenómenos sincrónicos. La economía es una actividad social exclusivamente humana, que para producir obliga a las personas a estar saludable y, en este sentido, la producción crea recursos que propician las condiciones sanitarias. Es imposible física y biológicamente que funcione la una sin la otra. Así las cosas, el confinamiento, como medida inevitable para frenar el contagio, detuvo violentamente todo lo que conocíamos hasta ahora del funcionamiento económico: el consumo y la producción al mismo tiempo.
Ante esta situación, se requiere de una fuerza lo suficientemente poderosa para evitar el derrumbe de la sociedad. ¿El mercado? El mercado no ha resuelto por su propia dinámica ninguna crisis económica en la historia conocida. La evidencia muestra cómo siempre (siempre) ha sido una mano visible la que ha salvado al capitalismo: el Estado. En esta emergencia no podía ser diferente.
La evidencia muestra cómo siempre (siempre) ha sido una mano visible la que ha salvado al capitalismo: el Estado. En esta emergencia no podía ser diferente.
Lo que permitirá la apertura es -entonces- una monumental, robusta y masiva intervención del Estado, que debe asumir el rol que las fuerzas de mercado confinadas no pueden jugar. Es un Estado capaz de suplir las dinámicas de oferta y demanda, paralelamente.
Alemania dispuso del 29,6 % de su PIB, Italia el 32,4 %, Japón el 10,4 %, Estados Unidos del 12 %, además la Reserva Federal inyectará mínimo 4 millones de millones de dólares para apoyar la economía; Reino Unido el 15,7 % del PIB y el Banco de Inglaterra, el primer banco central que se creó, dispuso de 645.000 millones de libras en emisión y estableció la tasa de interés en 0,1 %. Estado, Estado, Estado y más Estado.
En Colombia, según lo denunció en debate del Congreso el médico y senador Juan Luis Castro la semana pasada, la cuarentena no se aprovechó ni para incrementar el número de UCI, ni para disponer de más ventiladores que no llegarán sino hasta agosto, y los mayores recursos al sistema quedaron en manos de corruptas EPS. Así las cosas, no hay condiciones para retornar al trabajo. La intervención del Estado ha sido marginal e insuficiente, pues no obliga a los bancos a desembolsar la mayor liquidez que se ha inyectado, no ha renegociado el pago de intereses de la deuda, no acude al uso de las reservas, no da tranquilidad a las empresas para evitar el despido masivo y no garantiza que las personas puedan quedarse en casa disponiendo de bienes y servicios esenciales.
Esta situación no es extraña. Durante las cuatro décadas anteriores los gobiernos no han actuado para brindar bienestar, sino para saquear las finanzas públicas. ¿Por qué cambiarían su lógica, incluso a pesar de la adversidad reciente? Nada los obliga a pensar y actuar diferente, pues consideran que el destino de la población la construye cada individuo de manera aislada, con emprendimientos, sin ser atenidos a que el Estado los proteja. Bajo esta lógica, poner fin a la cuarentena o prolongarla -no importa- generará una profunda crisis económica y social, pues resulta imposible para una empresa y para un trabajador, que en promedio tiene ingresos bajos, soportar la carga de semanas de inactividad. Sin Estado de bienestar, estamos condenados al orden natural que los libertarios anhelan, de supervivencia del más fuerte, que definitivamente no es el más bondadoso.
* Profesor de economía de la Universidad de Los Andes y del Colegio de Estudios Superiores en Administración, CESA. Co autor de la Política Nacional de Reindustrialización y de la Política de Agroindustrialización, del Gobierno Nacional 2022-2026.