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Opinión

Del café al aguacate, y solo nos tomó 70 años lograrlo

«Nuestra gran transformación productiva del café al aguacate tomó siete décadas, mientras EE. UU. pasaba de lavadoras a transbordadores espaciales y Corea de “miseria y caos”, a octava potencia industrial»
Mario Alejandro Valencia
julio 27 del 2020

No es una broma, aunque parezca. En los últimos 70 años, la gran transformación productiva de Colombia ha sido pasar del café al aguacate. La situación no sería tan ridícula si el resto de naciones estuvieran igual de estancadas, pero no es así. En este mismo periodo, Estados Unidos saltó de las lavadoras a los transbordadores espaciales; China llegó a ser el mayor productor industrial del planeta; se construyó el más grande Colisionador de Hadrones; India planificó, diseñó, construyó y llevó al espacio dos misiones de exploración lunar y Corea pasó de ser “una tierra de miseria y caos”, según el escritor John Caldwell, a la octava potencia industrial del mundo.

En las últimas semanas, se ha divulgado con gran entusiasmo la exportación de 23 toneladas de aguacate a China, con un costo de USD 120.000. Estoy seguro que los responsables son personas dedicadas, que con gran capacidad profesional y emprendimiento han superado múltiples obstáculos y deben sentirse orgullosas de haber tenido éxito en este negocio. Pero que el triunfo individual no nos haga perder de vista que entre enero y junio de 2020 Colombia perdió USD 4.300 millones en exportaciones y que el petróleo sigue siendo el principal producto de exportación, en tiempos en que el mundo desarrollado es capaz de producir vehículos autónomos, computadores veloces, e instrumentos médicos, medicinas y vacunas que aumentaron la esperanza de vida en 20 años en las últimas siete décadas.

No es cierto que la crisis actual haya mostrado la importancia de la agricultura sobre casi cualquier otra actividad, porque nunca dejó de serlo. Los multimillonarios subsidios de Europa y Estados Unidos a sus productores agrícolas, lo prueban. En Colombia hubo un paro agrario masivo en agosto de 2013 y sus consecuencias en términos de reclamos y exigencias todavía tienen plena vigencia. No obstante, sería necio desconocer la importancia que ha tenido para las naciones el avance científico y el desarrollo tecnológico en el campo y las urbes.

 

Quienes plantean un debate romántico entre la tierra y las fábricas, profesan un idealismo que obstaculiza la propagación del bienestar para las mayorías. Tienen una visión egoísta que condena a la ignorancia colectiva. Según el historiador Yuval Noah Harari, “hasta la revolución científica, la mayoría de las culturas no creían en el progreso”, porque “consideraban imposible que los conocimientos prácticos humanos resolvieran los problemas fundamentales del mundo”. Pensar lo contrario era arrogante. Pero, “cuando la ciencia empezó a resolver un problema insoluble tras otro, muchos se convencieron de que la humanidad podía solucionar todos y cada uno de los problemas mediante la adquisición y aplicación de nuevos conocimientos”. La pobreza no es una fatalidad del destino sino técnico, que puede ser resuelto gracias al conocimiento científico

Es positivo, pues, que la empresa Cartama (y ojalá muchas más) produzcan y exporten aguacates y otros productos agrícolas. Pero nada reemplaza la importancia de planificar e implementar una transformación productiva basada en la ciencia y en la producción de mercancías con alta tecnología. Este entendimiento motivó a India, a 70 años de su independencia del yugo colonial ejercido por tan solo 215.000 británicos contra 300 millones de ciudadanos, a construir y operar la Agencia India de Investigación Espacial. Y también continúan produciendo masala.

 

* Profesor de economía de la Universidad de Los Andes y del Colegio de Estudios Superiores en Administración, CESA. Co autor de la Política Nacional de Reindustrialización y de la Política de Agroindustrialización, del Gobierno Nacional 2022-2026.

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